Por Luis Martínez Alcántara
Desde que Luis Enrique tomó el timón del PSG, el club parisino dejó de ser un circo de estrellas para convertirse en una orquesta táctica de alto rendimiento. Su llegada supuso el fin de una era dominada por individualidades y egos —como la de Neymar, Messi y Mbappé— y el inicio de un proyecto basado en sistema, presión y superioridad colectiva.
Lejos de depender de un genio que lo resuelva todo, el PSG 2025 es una maquinaria coral que domina cada metro del campo. Y lo más impactante es que esta transformación ya tiene una Champions en el bolsillo y va directo por el Mundial de Clubes.
La clave del éxito de Luis Enrique radica en algo que pocos entrenadores se atreven a tocar: destruir para reconstruir. Prescindió de figuras históricas, rediseñó funciones dentro del campo —como el rol de Vitinha como mediocentro o el uso de Dembélé como falso 9— y estructuró una presión alta que asfixia al rival desde el primer minuto.
El resultado: un equipo tácticamente fluido, letal en las transiciones y hermético en defensa. Así borraron al Inter de Milán en la final de Champions con una goleada histórica. No fue suerte. Fue método.
Este mismo método es el que ahora posiciona al PSG como favorito indiscutible para ganar el Mundial de Clubes 2025. ¿Por qué? Porque mientras otros equipos llegan con figuras o marketing, el PSG llega con funcionamiento.
Equipos como Fluminense, Al-Ahly o incluso el City de Guardiola no tienen hoy un modelo tan depurado ni una ejecución tan quirúrgica como la del PSG de Luis Enrique. Ya no se trata de qué jugador brilla más, sino de qué equipo funciona mejor. Y hoy, el PSG es el equipo que más funciona.
Además, la salida de Mbappé lejos de debilitar al equipo, liberó el sistema. Con nuevos protagonistas como Cabrasgelia y la consolidación de un bloque dinámico y versátil, Luis Enrique logró algo que parecía imposible: hacer del PSG un club colectivo, emocionalmente estable y tácticamente impecable. El equipo ya no se parte en dos. Ataca y defiende con la misma armonía. Y eso, en un torneo de formato corto como el Mundial de Clubes, es oro puro.